martes, 2 de junio de 2020

INTRODUCCION







Para comprender la importancia de las virtudes cardinales: prudencia, moderación, justicia y fortaleza, es necesario definir primero qué entendemos por virtud y su opuesto, el vicio.

La palabra "virtud" deriva del latín "virtus" y, al igual que su equivalente griego "areté", se refiere a la cualidad excelente de algo o alguien para cumplir con sus funciones. Por ejemplo, el "areté" de un cuchillo se manifiesta en su buen filo, facilidad de manejo, ligereza, entre otros. En el caso de las personas, hablar de virtud o "areté" implica referirse a las cualidades que permiten desempeñarse con excelencia en diversas áreas, como el arte, el deporte o la ciencia. Específicamente, la virtud moral o "êthiké areté" se refiere a las cualidades excelente de una persona en el ámbito moral.

Por otro lado, el término "vicio" denota la mala calidad de algo o alguien para realizar sus funciones. Un vicio en un cuchillo podría ser su falta de filo, incomodidad al usarlo o un peso excesivo. En el ámbito moral, un vicio representa una cualidad negativa de una persona que le obstaculiza o dificulta cumplir con sus roles dentro de la sociedad, afectando así el desempeño de sus funciones.

Las virtudes morales, entendidas como cualidades morales positivas, se manifiestan en pensamientos, sentimientos y acciones maduras que generan los mejores resultados tanto para quien actúan como para quienes son impactados por dichas acciones. Estas virtudes son cruciales para mantener relaciones adecuadas con los demás, con uno mismo y con el entorno, y para afrontar de manera efectiva tanto las exigencias extraordinarias, pero poco frecuentes de la vida, como las ordinarias, pero cotidianas.

Las virtudes cardinales constituyen la base de todas las demás cualidades morales, lo que subraya su importancia trascendental. Distorsiones de estas, conducen a deficiencias en muchas otras virtudes. Por ejemplo, alteraciones en la fortaleza puede resultar en debilidad o rigidez, cobardía o temeridad, inconstancia u obstinación, impaciencia o pasividad. Estos desvíos pueden, a su vez, complicar la capacidad de ser justo, pues la defensa de principios requiere coraje. A su vez, esta afectación de la justicia se reflejará en un espectro amplio de cualidades morales negativas.

Por otro lado, debido a que el impacto de las virtudes cardinales sobre las demás cualidades morales es muy significativo; alteraciones sostenidas en estas pueden manifestarse en sufrimientos crónicos, incluso cuando existen todas las condiciones necesarias para vivir a plenitud. Tal situación resulta incompatible con una buena salud mental y, frecuentemente, también afecta la salud en el plano biológico. Este tipo de deficiencia mantenida en el tiempo se podría considerar una forma de insuficiencia, pero no cardiaca o renal, sino más bien existencial.

Los antecedentes sobre el tratamiento teórico dado a las virtudes cardinales se remontan a la antigüedad, específicamente en lo que se conoce como Teoría de la Virtud o Aretología. Sócrates (470-399 a.C.), uno de los primeros pensadores en abordar este tema, sostuvo que la felicidad o eudemonía representa el bien supremo, y vinculó la virtud al conocimiento. Según esta visión, quien sabe lo que es bueno también lo lleva a la práctica, idea esta que se ha descrito como intelectualismo o racionalismo ético.

Al enfatizar la razón como guía para la acción y fundamento de las virtudes morales, el racionalismo ético subraya la responsabilidad individual en la toma de decisiones, y esto es un aspecto muy positivo. Pero el conocimiento no es el único determinante de la conducta, ni asegura que se actúe de manera correcta. Si el individuo no se moviliza afectivamente, no modifica su conducta. Si así fuera, las terapias para tratar adicciones como el alcoholismo o el tabaquismo se reduciría a la implementación de charlas educativas o la recomendación de lecturas, lo cual, evidentemente, es insuficiente.

Para Aristipo de Cirene (435-354 a.C.) y sus seguidores, conocidos como cirenaicos, el propósito y bien supremo de la vida humana radica en la búsqueda del mayor placer posible; filosofía esta conocida como hedonismo. Los cirenaicos daban preferencia a los placeres sensuales sobre los intelectuales. Sin embargo, Aristipo resaltaba que el ser humano no debería convertirse en esclavo de sus placeres, sino aspirar a un disfrute prudente y moderado.

El hedonismo enfatiza en la importancia de vivir el momento y disfrutar de los placeres de la vida aquí y ahora. Esta perspectiva puede ayudar a las personas a valorar el presente y encontrar alegría en las experiencias cotidianas. Pero la constante búsqueda de placer puede resultar en comportamientos insostenibles a largo plazo, particularmente aquellos relacionados con adicciones. Además, al priorizar exclusivamente el placer, el hedonismo puede restar valor al esfuerzo, el sacrificio y el enfrentamiento a desafíos, elementos estos que son esenciales para el crecimiento personal y moral.

Los cínicos, entre los que se encuentran Antístenes (444-369 a.C.) y Diógenes de Sínope (414-324 a.C.), adoptaron una postura contraria al hedonismo de los cirenaicos. Argumentaron que la esencia de la virtud radica en el autocontrol y en el desprecio por el placer, al cual consideraban como un mal a evitar.

Estos pensadores sostenían que el objetivo de una vida virtuosa se alcanza a través de la tranquilidad que se obtiene renunciando a todo aquello que hace al hombre dependiente, incluyendo los bienes materiales, los placeres y las normas sociales. Abogaban por el desdén hacia la satisfacción de necesidades no esenciales y se mofaban de los convencionalismos, lo cual llevaron hasta el desafío y la infracción de las normas de decoro establecidas.

El cinismo valora el autocontrol y la independencia, aspectos estos que puede considerarse positivos, pero su enfoque en la renuncia puede limitar el desarrollo de otras virtudes y habilidades personales que requieren interacción y compromiso con la sociedad. Y, dado el desprecio de los cínicos por los convencionalismos y el decoro, desde sus posiciones se puede entrar en conflicto con los valores y normas comunitarias, llevando a tensiones y dificultades en las relaciones sociales y profesionales.

Platón (427-347 a.C.) se distingue de Sócrates al argumentar que la virtud no se reduce meramente al conocimiento, sino que incluye también sabiduría, justicia, temperancia y fortaleza. Estas cualidades, según él, son esenciales para alcanzar una armonía adecuada en la actividad humana. Lo cual es asumido en la presente investigación.

Como aspectos a señalar a este pensador, puede mencionarse que concibió al bien como un elemento esencial de la realidad, y que el mal no existe en sí mismo, sino que es un reflejo imperfecto de bien. Planteó, además, que el bien supremo consiste en una perfecta imitación de Dios. Y esta perspectiva puede ser considerada como desconectada de las realidades prácticas y cotidianas de la vida humana, dificultando su aplicación en situaciones concretas.

Aristóteles (384-322 a.C.), al igual que Platón, sostiene que la virtud trasciende el mero conocimiento. Consideró a la justicia como un "compendio" de todas las demás virtudes. Planteó que las virtudes morales son hábitos de elección o preferencias volitivas que hacen bueno al hombre y buena la obra que realiza y constituyen posiciones intermedias entre extremos viciosos, uno por exceso y otro por defecto.  Pero a pesar de esto no son una tendencia a la mediocridad, ya que desde el punto de vista de la perfección y del bien constituyen un "pináculo o extremo".

Argumentó, además, que las virtudes morales solo pueden adquirirse por repetición y corrección de acciones, y se dan siempre en una relación entre seres humanos. Para este pensador, la evaluación moral de un acto presupone la atribución de responsabilidad al agente moral, y la responsabilidad implica voluntariedad. Insiste además en el carácter circunstancial de la virtud cuando las explica señalando que son una manera de actuar cómo, cuándo, dónde, y en el modo en que es preciso hacerlo. La orientación fundamental de su sistema ético-filosófico es la felicidad (eudemonismo).

En relación a la virtud entre extremos viciosos, Aristóteles planteó que tal concepción no es aplicable a la justicia, pero en la presente obra también se excluyen de la misma a la moderación y la prudencia, con iguales argumentos que los que él da para la justicia; Cada una tiene un solo extremo vicioso: injusticia, inmoderación e imprudencia respectivamente, pero existen formas particulares de estos extremos únicos, que se dan por la existencia de algún vicio para el cual sí existen ambos extremos. De las cualidades tratadas en la presente obra solo se aplica esta concepción a la fortaleza y sus componentes: Valentía, paciencia, perseverancia, ecuanimidad y resignación.

Para los estoicos, la virtud consiste en la eliminación de todas las pasiones y en la aceptación del orden de la naturaleza, la cual es ordenada y racional, y solo una vida en armonía con esta puede ser buena. Abogaban por la independencia de las circunstancias materiales, y sostenían que las pasiones y afecciones son malas, por lo que el hombre sabio es independiente de estas.

Y esto es un elemento a señalarles. Las pasiones y afecciones son componentes inseparables de la naturaleza humana. Si bien, es importante que el ser humano se eduque en las formas más maduras de sentir y reaccionar ante la realidad, la afectividad constituye un imprescindible vínculo entre nuestras necesidades y el medio, que ofrece, en mayor o menor medida, los elementos necesarios para su satisfacción.

En la Edad Media, a Ambrosio de Milán (339-397) se le atribuye la introducción de la noción de virtudes cardinales, con la cual se denominó a las cualidades morales tratadas en la presente obra: prudencia, fortaleza, justicia y moderación.

Tomás de Aquino (1225-1274) reconcilió el aristotelismo con la autoridad de la Iglesia. Aceptó el tratamiento dado a las virtudes por Platón y Aristóteles, por considerar que la prudencia, justicia, fortaleza y templanza constituyen el fundamento de todas las demás. Según este pensador, en estas “virtudes-tipos” se realizan a la perfección los cuatro modos generales de virtud: determinación racional del bien (prudencia), establecimiento del bien (justicia), firmeza para adherirse al bien (fortaleza), y moderación para no dejarse arrastrar al mal (templanza). Hizo hincapié en las denominadas virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, las cuales define como hábitos infusos por Dios. La orientación fundamental de su doctrina es Dios.

En la presente obra, la orientación fundamental es la felicidad, por lo que se coincide con la propuesta eudemónica de Sócrates y Aristóteles. Así mismo, se concuerda con el criterio de que las cualidades: prudencia, justicia, fortaleza y moderación son el fundamento o principio de todas las demás, por lo que merecen el calificativo de cardinales.

A partir del Renacimiento, la teoría de la virtud, que tenía como eje central a las virtudes cardinales, dejó de ser la concepción ética predominante, no obstante, estas cualidades se han continuado abordando fundamentalmente desde la Ética y la Axiología o Teoría de los Valores; aunque. muchas veces de forma aislada, desestimando el vínculo que existe entre ellas, así como la repercusión de las mismas en el resto de las cualidades morales.

En esta investigación se pretende profundizar en el estudio de las virtudes cardinales y contribuir a la divulgación de estas; para lo cual se da respuesta a las siguientes interrogantes: ¿en qué consiste cada virtud cardinal?, ¿cuáles son sus extremos viciosos?, ¿qué vínculos existen entre ellas? y ¿cómo contribuir a la comprensión de las mismas mediante la utilización de refranes e imágenes? La respuesta a este último cuestionamiento se da, sobre todo, en el orden práctico.

Se han empleado proverbios y refranes que en ocasiones son bastante semejantes, lo cual no ha sido por temor a no ser entendido, ya que cada grupo de estos va acompañado de una explicación previa. Se ha hecho esto para que el lector pueda escoger el que más le convenga o se ajuste a su léxico y manera de razonar. Debido a que los refranes recogen principios generales de conducta o de interpretación de la realidad, y dado el elevado nivel de síntesis y simpleza de los mismos, son más fáciles de utilizar en la toma de decisiones, que las explicaciones detalladas que los preceden.

Como fuente bibliográfica se consultaron autores clásicos, dentro de la ética, como Aristóteles, Platón, Séneca, Sócrates, así como investigadores recientes en el campo de la teoría de los valores como José Ramón Fabelo Corzo y Fernando González Rey. También ha habido influencias del argentino Risieri Frondizi.

En cuanto a los refranes, máximas y proverbios se realizó una búsqueda intensiva en textos de diferentes religiones como la Biblia, el Tao Te Kin, las Analectas de Confucio, enciclopedias, y diccionarios de citas y frases célebres, así como obras del investigador Samuel Feijóo.

Cabe decir que en la selección de refranes y proverbios no se ha descartado ninguna fuente. De hecho, muchos se han recogido directamente de la sabiduría popular, capturada en momentos cotidianos.

Las citas de Napoleón Bonaparte son extraídas de: “El Príncipe” de Nicolás Bernardo de Maquiavelo, publicado en 1955 por la Editorial Sopena de Argentina, donde se recogen anotaciones supuestamente realizadas por aquel en un ejemplar de ese volumen. Los editores de esa versión de 1955 asumen que tales notas constituyen un ingenioso conjunto de ideas que Napoleón expresó o pudo haber pronunciado en distintos momentos de su agitada vida pública, por lo que si bien aceptan que pueden ser de su autoría, no asumen que las haya anotado en un ejemplar de “El Príncipe”. En todo caso, tales anotaciones contribuyen a enriquecer el tema tratado, independientemente de su autoría o de si fueron o no escritas por él en aquella obra.

Las imágenes fueron elaboradas con la inteligencia artificial Dall-e 3 de chat GPT plus, en función de los objetivos de la obra.

Este libro puede servir como texto auxiliar a todos aquellos que en su quehacer profesional formen cualidades morales y también para investigadores e interesados en la temática tratada. En relación con los que ejercen la psicoterapia, puede ser de interés debido a las reflexiones orientadoras e inspiradoras que se exponen, algunas de las cuales han tenido su fuente en la propia actividad laboral del autor como psicoterapeuta.

Una vez presentados al lector los antecedentes históricos del tema abordado, las posiciones y fuentes asumidas por el autor, y lo que encontrará en este texto, se pone, plenamente, a su consideración.

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